Ya estamos en la Pascua, aunque el tiempo parezca de invierno y después de nuestro periplo semanasantero, ya de vuelta a la rutina hacemos un balance de lo que fue nuestra semana santa, que comenzó el domingo de ramos en Astorga, casi como todos los años, con la procesión de la borriquita, que siempre es una alegría verla por la algarabía que producen los niños, participantes y protagonistas de la misma.
Por la noche uno no puede perderse el paso del Dainos, por la Catedral de León, con las cofradías de los pueblos invitadas a la procesión: casi no hay nazarenos y sí capas castellanas que con solemnidad acompañan esta antiquísima procesión del domingo de ramos leonés.
Por cierto dos cositas: disfrutad si podéis de la famosa limonada, que ofrecen todos los bares en esta semana, y sabed que los capuchones en León se denominan «papones»… y algunos ya empiezan desde pequeños.
Nuestro lunes santo nos llevó a Zamora. Para los profanos en la materia, en Semana Santa hay una procesión por la tarde-noche , por decirlo de alguna manera al uso «tradicional» y otra a las 12 de la noche, más intimista, más austera y más impresionante; esto se repite todos los días de la semana más santa del año. El lunes santo a las 8 de la tarde sale la procesión de Jesús en su tercera caída.
Y ya por la noche a las 12, con suma puntualidad, se apagan todas las luces de las calles de Zamora por donde pasa la procesión de la Hermandad Penitencial del Cristo de la Buena Muerte. No sólo las luces de las calles sino también las de las casas del recorrido. Impresionante el silencio, sobrecogedor, de la gente.